La epidemia
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- 15 may 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 5 may 2022
Después de la llamada generación de medio siglo, la generación alcohólica y la generación de la onda, la literatura mexicana parecía que llegaba a un tope de calidad. En la etapa final del siglo XX, un chileno exiliado en México comenzó una corriente que iba en contra de todo lo puesto por la Academia, que en aquel entonces era representada por Octavio Paz. El infrarrealismo de Roberto Bolaño fue una revolución para todos aquellos escritores que comenzaban a surgir a finales de los ochenta, que, en conjunto con la literatura de la onda, daba una nueva forma de expresión.
Bajo los escombros de una ciudad en ruinas, después del sismo de 1985, un virus comenzó a darle una nueva visión a las letras mexicanas. Bajo la tutela de Guillermo Fadanelli y Yolanda M. Guadarrama, el proyecto llamado Moho comenzó como una revista irreverente, con una propuesta totalmente revolucionara, como las antes mencionadas.
A mediados de los noventa, Moho se trasmutó de ser una revista de contracultura, para darle un giro editorial. Debemos recordar que por aquella época la última gran generación de la literatura mexicana estaba en boga, y, en parte, Moho fue una contestación a la llamada generación del Crack.
Con un catálogo editorial distinto, mórbido, rebelde y hasta un tanto emergente, en 1995 Moho se convierte en editorial, dando a conocer su primer título, el tan legendario y tan buscado libro de cuentos Telenka, de Guillermo Fadanelli.
Moho, como editorial independiente, con autores de finales de siglo pasado y principios del presente, ha sido, de una forma u otra, una precursora de las que ahora son las editoriales independientes que ganan terreno no sólo en México, sino en el mundo de habla hispana, como Sexto Piso y Editorial Almadía, la cual actualmente es la distribuidora de los libros Moho
Pero el virus no se queda ahí. Las páginas del bond blanco de Moho nos han llevado a distintos viajes, a distintas historias que son el principio de carreras, o la consolidación de ellas, de autores como Wenceslao Bruciaga, Andrés Cota Hiriart, o el fallecido Sergio Loo, quienes, en las últimas publicaciones de Moho, han demostrado una calidad digna de editoriales translaciones.
Al igual, Moho es espacio para la literatura más radical hecha por mujeres. Las páginas escritas por Constanza Rojas o las de Alejandra Maldonado han sido fundamentales para que se entienda y se conozca otra mirada de la literatura femenina.
Este catálogo de autores, aunque no muy numeroso, es muy rico gracias a los escritores que figuran. Voces del norte de la república plagan sus páginas, como es caso de Daniel Herrera o el icónico Rafa Saavedra, de quien tenemos la herencia de una literatura híbrida, que en ciertas clases de literatura la catalogan como posmoderna, debido a las técnicas que se notan en ese pequeño y legendario Lejos del Noise.
Regresando un poco a las últimas publicaciones de Moho, debemos ver el gran trabajo realizado por Wenceslao Bruciaga, quien escribe una columna semanal para Milenio, además de poder encontrarlo en revistas como Marvin o en la Revista de la Universidad, en donde se ha vuelto un escritor prolifero y digno heredero de José Rafael Calva.
A quienes nos hemos llenado de Moho, podemos regresar con otra mirada al mundo, no sólo el que se vive en la ciudad de ruinas de sus colofones, sino también al editorial, en donde sí se puede producir esa literatura marginal que tanto se pregona en el underground. Porque Editorial Moho ha realizado esa labor de “fuerzas básicas” de la literatura nacional, al mostrar la nueva cara de la literatura mexicana, y al darnos a uno de los autores más importantes de la historia de la literatura mexicana: Guillermo Fadanelli.
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